Una Simple Carta, por Gonzalo Himiob Santomé

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Te confieso, querido Niño Jesús, que en estos días poco ha sido el ánimo que he tenido para sentarme a escribir. El ánimo navideño está, en general, ausente, y solo basta salir a la calle para comprobarlo.

De hecho, me tomé unos días, al lado de mi familia, para que sus sonrisas y sus abrazos, y el mar, una de las más majestuosas creaciones de tu Padre, limpiaran mi alma de las heridas y de las manchas que me dejó este año tan particularmente difícil. Nos fue bien, y en efecto el descanso rindió sus frutos, pero no pude escapar totalmente de nuestra realidad. En este país, por mucho que trates de evadirte, eso es imposible, sobre todo cuando el dinero no te alcanza para nada o cuando estás en un centro comercial con tu esposa y tus hijos y tienes que salir corriendo protegiéndolos porque a pocos metros de ti unos malandros sacan sus armas frente a todo el mundo para atracar a quienes estaban haciendo la cola en un banco para sacar o depositar, por estas medidas locas recientes del gobierno, el poco efectivo que puedan.

En fin, uno muchas veces escribe solo para contarse a sí mismo lo que vive. Es una manera de dominar el caos interno o externo poniéndolo en blanco y negro, como si así pudiese ser domado o, al menos, racionalizado. Algunos componen canciones, otros corren, cocinan o simplemente callan, a mí me da por escribir. Toma entonces, con toda humildad te lo pido, esta simple carta como lo que es: Un esfuerzo catalizador, un ejercicio de autoayuda. A fin de cuentas, no encuentro mejor destinatario de estas líneas que tú, y yo sé que, como a ti nada se te escapa, especialmente en estos días, seguramente ya sabrás, incluso antes de que yo la termine, qué es lo que contiene esta misiva. Y también sé que nunca dejas plegaria sin responder, aunque a veces la respuesta no sea la que nosotros esperamos. En ello, sin embargo, no encuentro sino consuelo.

No voy a pedirte nada material. La verdad no necesito mayor cosa y con lo que tengo me defiendo bastante bien. Quizás, si le preguntas a mi esposa, ella te diría que me trajeses un nuevo par zapatos o algunas camisas nuevas para que dejara de ponerme siempre las mismas, pero la verdad es que las suelas de mis “nipa” (así los llama ella), las que me han acompañado en aventuras y desventuras durante ya un tiempo bastante largo, y mis camisas un tanto descoloridas, aún aguantan un poco más, así que por mí no te preocupes.

Pero estoy angustiado. Mi país avanza hacia un oscuro despeñadero y no hay, al parecer, quien pueda detener la catástrofe que, si es que no ha llegado ya, se nos avecina “a paso de vencedores”. En el gobierno no existe la más mínima intención de brindarnos, así fuera por unos pocos días, un poco de paz. Ni hablar de concedernos la alegría de una Navidad sin presos políticos, que es lo que más me afana y tú lo sabes, eso ni siquiera está sobre el tapete. Lo que se ve y se vive son más ganas absurdas de restregarnos en la cara que esos pocos, los poquísimos que están en el poder y abusan de él, hacen y deshacen lo que les viene en gana. Cualquiera pensaría que en una situación como la nuestra, alguna persona inteligente en el gobierno les recomendaría bajar un poco la guardia y mostrar con gestos ciertos que existe en las cúpulas algún ánimo conciliatorio o, al menos, algún criterio de conveniencia política que les impulsara, aunque fuera por hipocresía, a ceder en algunos aspectos en sintonía con lo que anhela la abrumadora mayoría. Pero no, a Maduro y a sus secuaces les parece más importante mostrarse supuestamente fuertes enfatizando y reforzando, irónicamente, las que son sus más graves debilidades y fallas.

Por su parte, la dirigencia opositora, sencillamente, nos falló. Lo que comenzó como una profunda alegría, como una victoria democrática que en teoría cambiaría nuestro rumbo alejándonos de los arrecifes y de las rocas contra las que estamos ahora naufragando, terminó convertido en apenas un año, en una grave e inocultable decepción. Todo empezó con la asunción, en sus más conspicuos representantes, de un discurso y de unas formas de actuar muy parecidas a las que tanto nos disgustan en el gobierno. Pocos lo advirtieron, y decirlo era pecado capital, pero de la repetición del talante autoritario y de los desmanes oficialistas, ahora en los opositores, no cabía esperar nada bueno. Luego vinieron los juegos y las triquiñuelas, como aquella de aprobar una Ley de Amnistía que era radicalmente diferente a la que se les presentó, con la mejor buena fe, una vez electa la AN, esa que tardó meses en elaborarse y que contó con los aportes de más de cien juristas y de decenas de ONG que tenían años trabajando en ese tema. Sorpresivamente unos pocos, muy pocos, decidieron que el criterio de uno o dos abogados “cercanos”, algunos de los cuales obtuvieron luego y por ello cargos rimbombantes, era mucho más “elaborado” que el de decenas de juristas y especialistas que se habían dado durante meses a la creación de un documento que, a diferencia del que al final se aprobó, hubiera marcado un hito en la historia jurídica mundial y, lo que es más importante, no habría tenido los gazapos que luego al TSJ “se la pusieron de bombita”, como decimos acá, para declararlo inconstitucional. También se les informó, sustentado el criterio con sólidos argumentos elaborados por los constitucionalistas de más alta talla en Venezuela, que la Amnistía no necesariamente tenía que tener la forma de una Ley (sujeta a posibilidades de control abusivo por parte del Poder Ejecutivo), sino que también podría ser, como potestad exclusiva que es de la AN, promulgada de inmediato a través de un Decreto Legislativo, de inmediata vigencia y cumplimiento. Ya pasó un año, y estos argumentos, por razones que quedarán para el juicio histórico, no fueron siquiera considerados.

Es verdad, seguramente, más allá de cuál fuera el texto o la forma aprobados para la Amnistía, el gobierno se las hubiera arreglado para anularla, pero muy mal estamos, y el tiempo lo demostró, cuando algunos siguen creyendo que por encima del conocimiento y la experiencia deben ponerse los anhelos privados y personales, sobre todo en temas tan delicados como este.

El mismo ánimo equivocado los llevó a sentarse a dialogar con el gobierno, desarticulando la protesta ciudadana y las acciones prometidas sin consultarlo además con más que ellos mismos, en unas condiciones y bajo unas premisas que, todo el mundo se los advirtió, en esos términos no iban a servir para el logro de los objetivos planteados. Una vez más, a unos pocos, poquísimos, les pareció que temas como el de la liberación de los presos políticos o el del cese definitivo del uso del sistema de justicia como un arma de la intolerancia estaban mejor en manos de operadores políticos, sin credenciales ni experiencia en materia de DDHH, que en manos de quienes llevan años estudiándolos, registrándolos y analizándolos.

Lo peor de todo esto es que alzar la voz, o siquiera animarse cuestionar tales andanzas, le ganaba a cualquier atrevido motes que, por respeto, no voy a reproducir en esta carta. A ese pecado se le llama soberbia, y tú, Niño Jesús, sabes que en los operadores políticos, del bando que sea, es uno de los pecados más dañinos que existen.

Mientras tanto, entre promesas por cumplir, excusas y procrastinaciones obtusas, los presos siguen en la cárcel, los abusos y la inseguridad continúan y a nuestra economía ya no puede ni siquiera llamársele así. Por eso te escribo.

Quiero pedirte templanza, inteligencia, apertura y prudencia en nuestros líderes. Quiero pedirte que les abras los ojos y que les ayudes a terminar de entender que si están donde están, eso no es sino porque tienen obligaciones claras e ineludibles con la ciudadanía. Que vean con claridad que este no es el tiempo de cuotas ni de protagonismos estériles, sino el de la generosidad, el de las luces y el de la valentía.

Te doy gracias por todas las bendiciones que, en medio de todo, nos has concedido, y por mantenernos al menos en mi familia sanos y unidos. Aunque esta esta no será, al parecer, una Feliz Navidad, si nos concedes, que no es a mí solo sino a todo el pueblo venezolano, los regalos que te pido en esta simple carta, estoy seguro de que al menos podremos mantener la esperanza de que en un futuro, no muy lejano, a esta tierra en desgracia volverán la paz, la libertad, el progreso y la alegría.

 

@HimiobSantome