Alfredo Romero: Los burros no vuelan

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Esta es la historia de un hombre fuerte que dominaba un país pequeño que él mismo hizo llamar Divina Justicia. Todos los ciudadanos del país le tenían miedo. Así logró dominarlos. Eran básicamente sus esclavos.

El hombre fuerte se hacía siempre acompañar de un burrito gris que era su mascota y a quien todos conocían como Justo. Un día el hombre fuerte en un mitin ante muchas personas informó que Justo, el burrito, había aprendido a volar. “Es un gran milagro para nuestro pueblo –dijo– esto nos hará ganar mucho dinero y fama mundial”.

Delante de todos, el hombre fuerte colocó al burrito en un pedestal y con su voz retumbante le ordenó: “¡Justo, vuela!”. Los más cercanos al hombre fuerte comenzaron a aplaudir, otros lloraban, algunos rezaban, otros gritaban de la emoción.

Sin embargo, los que no se encontraban dentro del círculo cercano y de confianza del hombre fuerte no vieron al burro volar. En ese momento los aplausos se silenciaron con el grito de una mujer que desde lo lejos se atrevió a gritar: “¡El burro no vuela!”. De inmediato corrieron unos guardias, la detuvieron y la encerraron en un manicomio. Así hubo muchos otros, que también decían o susurraban que el burro no volaba, que fueron encerrados en el manicomio, en solitario, para que se curaran de su locura por no ver lo que el hombre fuerte veía.

Después de que la multitud se calmó, el hombre fuerte decretó la creación del “Comité de Promoción del Burro Volador” (CPBV) conformado por cinco de sus más cercanos colaboradores.

El hombre fuerte contrató una gran carroza para que sus representantes acudieran a la brevedad a presentar al burro volador a la Organización Mundial de la Ciencia.

Luego de algunos días de viaje, el Comité fue recibido por los veinte miembros que conformaban esta institución de científicos, quienes los aplaudieron al llegar. “¡Bienvenidos –les dijo el presidente de la Organización– veamos al burro volar!”, expresó con gran emoción.

Los cinco representantes sonrieron y fijaron su vista en el burro. Uno de ellos, con voz fuerte, gritó: “¡Burro, vuela!”. Inmediatamente los otros cuatro representantes del hombre fuerte aplaudieron mostrando su alegría. Pero al mirar la cara trancada de los miembros de la Organización de la Ciencia, se evidenciaba que no habían visto al burro volar.

Los representantes del hombre fuerte le colocaron al burro unas alas que habían traído, y lo envolvieron en plumas. Con mucho esfuerzo, arrastraron al burro hacia la tarima donde se encontraban los miembros de la Organización de la Ciencia, quienes mostraron su cara de asombro. Los cinco comisionados empujaron con fuerza al burro y a la cuenta de tres el burro, rebuznando, cayó desde la tarima al suelo, fracturando sus patas y jadeando. A los pocos minutos, murió.

Indignados por tal actuación, se oyó un grito al unísono de los científicos que reflejó la angustia por tan vil asesinato.

Los comisionados del hombre fuerte, sin embargo, aplaudieron y sonrieron. Y uno de ellos preguntó: “¿Vieron cómo el burro vuela?”. El presidente del comité de científicos, con una evidente cara de indignación y con una voz firme expresó: “¡Son una estafa, el burro no vuela!”.

Los representantes del hombre fuerte se  devolvieron a su país con el burro muerto y le contaron al hombre fuerte lo sucedido. El hombre fuerte, en un gran acto de luto, declaró públicamente a los miembros del comité de científicos como personas no gratas, y los acusó de criminales “por haber asesinado al burro volador”. Pero en esta oportunidad solo sus  muy cercanos allegados aplaudieron. Todos los demás se mantuvieron en silencio, hasta que un grito se oyó: “El burro no vuela”. Así todos en unísono comenzaron a repetir la misma frase. Hasta los guardias se unieron al clamor popular, negándose a encarcelar a quienes en una inmensa mayoría, burlándose del hombre fuerte transformaron el luto en una fiesta de sonrisas, cantando en coro: “El burro no vuela”.

Este cuento lo traigo a colación a propósito de las evidentes violaciones de los derechos humanos en Venezuela que ya no pueden taparse con discursos retóricos y engaños, incluyendo la reciente vejación de la que fueron víctimas Lilian Tintori, sus pequeños hijos y su suegra Antonieta López. Estas violaciones de los derechos humanos las sufren no solo las mujeres familiares de presos, sino todas las mujeres venezolanas: al pisar un tribunal, una cárcel o simplemente intentar acceder a un sistema judicial groseramente ineficiente; al acudir a un mercado y hacer largas colas, a un hospital y no encontrar ni una inyectadora o simplemente al intentar comprar toallas sanitarias, jabón para bañarse o leche para sus hijos y ser sometidas a la humillación de la escasez mientras funcionarios del gobierno gozan de todas las comodidades.

Todavía se sorprenden los agentes del gobierno cuando fracasan nacionalmente en elecciones como el pasado 6 de diciembre o ante instancias internacionales imparciales de derechos humanos, como la ONU, al pretender demostrar que no hay presos políticos y que las cárceles funcionan estupendamente, al señalar que el sistema judicial es independiente, o que los responsables de los fracasos en políticas públicas son los empresarios, los bachaqueros o cualquiera que el gobierno considere convertir en chivo expiatorio. Se sorprenden de que ya la gente no sea tan tonta para creer su narrativa pública impuesta en los medios de comunicación controlados por el Estado.

La arbitrariedad de los gobernantes llega al extremo de pensar que cualquier cosa que digan debe creérseles. Hay quienes los respaldan por temor a ser reprimidos y otros son capaces de llegar al colmo de decir que los burros sí vuelan, solo por la inmoral e indigna razón de conseguir beneficios económicos o de poder.

Imponer el miedo en la población por parte de gobiernos autoritarios permite muchas veces que las personas callen y hasta aplaudan las mentiras, pero cuando la humillación y la gallardía supera el miedo, la manipulación y la mentira es cubierta por una ola de verdad que crece y crece cada vez más. Tal como ocurrió el 6 de diciembre en Venezuela. El pueblo venció la barrera del miedo y la mentira.

La verdad, lo evidente, es que  podrán colocarles plumas, ponerles alas o disfrazarlos de Superman, pero hagan lo que hagan, digan lo que digan, siempre encontrarán de las personas conscientes y sinceras la misma respuesta evidente: “Los burros no vuelan”.

 

 

Fuente: El Nacional