Una pesadilla del nazismo revive en Venezuela

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Una pesadilla del nazismo revive en Venezuela

Familiares de militares disidentes o de civiles considerados opositores al régimen de Nicolás Maduro son perseguidos y torturados con una técnica de castigo copiada de Alemania. Se llama Sippenhaft y su efectividad está asociada al quiebre emocional de los enemigos políticos y su entorno. Así logran obtener una confesión sobre el paradero del familiar perseguido, que éste se entregue o que acepte incriminarse o incriminar a otros. Se trata de una práctica establecida, desde, al menos, 2017.

23 julio 2023

 

Tras el objetivo político

Cuando los funcionarios de la Dgcim conducían la camioneta con los padres y la hermana del capitán Heredia, con sus caras cubiertas con franelas para que no supieran dónde los llevaban, uno de ellos hizo una llamada en la que pedía que le prestaran una casa por pocos días. Al comenzar a subir hacia Caracas por la autopista se detuvieron durante un rato, recuerda Anyi Heredia, para que varios funcionarios se regresaran a buscar a su hijo de ocho años, que habían dejado en el apartamento de una vecina. A su bebé de 15 meses la dejaron al cuidado de una vecina del edificio.

Al llegar a la casa —que presumen fue la que el funcionario pidió prestada— los separaron a cada uno en áreas diferentes. En los próximos ocho días, la familia del capitán Heredia fue sometida a interrogatorios, golpizas, amenazas, torturas físicas y psicológicas.

“Me echaban agua y me hacían preguntas […] Me daban cachetadas y me decían ‘¡habla, habla!’ […] Tenían un cuaderno con las preguntas y tenían un palo, me lo enseñaban y decían que me lo iban a meter. Yo de verdad no sabía dónde estaba mi hermano, no tenía nada que decir”, cuenta Anyi Heredia, quien entonces tenía 40 años. El ensañamiento hacia ella fue mayor que con sus padres. Le apuntaban un revólver cerca de la cara, le cubrían la cabeza con una bolsa para asfixiarla.

El 24 de diciembre, el capitán Ángelo Heredia recibió la visita de su papá, Julio Heredia, en la cárcel. Le advirtió que se iba a escapar y le dio una dirección del lugar donde se escondería. Pero se trataba de una dirección falsa para despistar a los funcionarios de la Dgcim si le preguntaban a su padre, explica el capitán Heredia. Y así sucedió, según cuenta.

 

 

El capitán Ányelo Heredia se fugo de la cárcel militar de Ramo Verde el 25 de diciembre de 2019. Sus padres, hermana, sobrino, y cuñado fueron victimas de Sippenhaft. Foto tomada de la cuenta Twitter @anyelo_heredia

Julio Heredia, quien en ese momento tenía 80 años, dijo lo que sabía. Pero cuando los funcionarios no consiguieron nada en la dirección señalada, aumentaron los tratos crueles contra él, su esposa y su hija secuestrada. Saturnina Gervacio, madre del capitán Heredia, interviene: “Me decían que tenía un hijo delincuente y me daban cachetadas. Cuando le pegaban a mi hija yo la escuchaba llorar y les gritaba que no me la mataran”. El objetivo de estas torturas era detener de nuevo al capitán, a quien señalaban de participar en una conspiración contra Nicolás Maduro.

Además de la familia Heredia, la Dgcim también detuvo a Oscar Martínez, cuñado del capitán y también militar.

El viernes 3 de enero de 2020, la familia del capitán Heredia fue finalmente liberada. Como si se tratara de un secuestro los dejaron al final de la tarde en un lugar solitario en la zona de Puerto Viejo, en La Guaira, sin dinero, después de ruletearlos por varios lugares a bordo de una camioneta lujosa. Los funcionarios le dieron una orden taxativa: “No podíamos dar información de lo que nos hicieron allá porque, si lo hacíamos, nos iban a agarrar de nuevo y no iban a soltarnos más, nos iban a desaparecer”, dice Anyi Heredia. Toda la familia huyó de Venezuela apenas pudo. El capitán Heredia también logró escapar de sus perseguidores. Primero se ocultó en Colombia y luego siguió a Estados Unidos. “Maduro destruyó a mi familia”, repite desconsolada, al otro lado del teléfono, Saturnina Gervacio. Tenía 63 años cuando la detuvieron y torturaron.

 

Hecho en socialismo

De los 25 casos de Sippenhaft que identificó Armando.info, 14 corresponden a familiares de un militar perseguido; los 11 restantes están relacionados con civiles considerados opositores al Gobierno. Los datos recolectados permiten ver que en 2017 hubo cinco casos, seis en 2018, tres en 2019 y ocho en 2020, cifra que destaca por haber sido un año de restricciones a causa de la pandemia de la covid-19. Aunque no son cifras absolutas, sirven como referencia sobre su incidencia.

La Dgcim suele ser el organismo a cargo de ejecutar este tipo de castigo, pero también se ha documentado la actuación de funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), en menor escala. De hecho, varios casos están incluidos en los informes públicos de 2020 y 2021 de la FFM. Desde 2019, esta instancia del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, tiene la tarea de indagar sobre la ejecución en Venezuela de cuatro tipos de crímenes desde 2014: ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y torturas, tratos crueles, inhumanos o degradantes. Fue, en la recopilación de testimonios de víctimas de estos crímenes, que la FFM llegó a un caso de Sippenhaft. 

Cientos de victimas han contado sus historias a la misión designada por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y a la Corte Penal Internacional. Crédito: Yuri Cortez/AFP

 

Al momento de abordar a las organizaciones de la sociedad civil dedicadas a la defensa de derechos humanos, fue común notar que el término Sippenhaft no les resultaba familiar o no lo consideraban como una categoría de clasificación para las víctimas que atendían. Algunos explicaron que no lo incluyen porque no es un crimen o delito tipificado en leyes internacionales.

Entre las consultadas, solo el Foro Penal tiene una clasificación que se ajusta al concepto de Sippenhaft. El abogado Gonzalo Himiob, vicepresidente de la organización, explica que en el Manual de Litigio Estratégico de esa organización tienen una categoría de uso interno llamada Extracción. “Aquí encontramos los casos de detención de familiares o amigos de la persona que se pretende perseguir con el objeto de extraer información, en muchos casos bajo tortura, sobre el paradero de un perseguido político o para motivar la aparición de esa otra persona”, explica Himiob.

Martha Tineo, abogada y directora de la organización Justicia, Encuentro y Perdón, considera que la práctica es tan común que “podría decirse que al menos 60% de los familiares de presos políticos han sido víctimas de Sippenhaft de una u otra manera”, con torturas directas, hostigamientos o maltratos recurrentes. Según Tineo, existe un subregistro, pues menos de 5% de las víctimas denuncia formalmente esta situación a causa del miedo que sienten.

El abogado Carlos Marrón Colmenares es parte de ese escaso 5%. El 10 de abril de 2018, su padre de 73 años, Ramón Marrón, salió a caminar como de costumbre por los alrededores de su casa, en la urbanización Valle Arriba (barrio de clase pudiente del sureste de Caracas), cuando de pronto fue interceptado por unos hombres que lo obligaron a meterse en un carro blanco. La cámara de seguridad de uno de los edificios cercanos grabó lo que parecía ser un secuestro planificado por el hampa común. Tras saber que no aparecía, su hijo, que tenía varios años residenciado legalmente en Estados Unidos, decidió viajar esa noche a Venezuela. Al llegar al Aeropuerto Internacional de Maiquetía, lo esperaban agentes de la Dgcim.

El órgano de contrainteligencia encabeza las denuncias sobre las practicas de Sippenhaft

Lo llevaron a la sede en Boleíta, Caracas, donde lo interrogó Alexander Granko Arteaga, jefe de la Dirección de Asuntos Especiales. En medio de las torturas a las que era sometido en el interrogatorio, relata Marrón Colmenares, Granko Arteaga le preguntó si su padre tenía alguna enfermedad y tomaba alguna medicina. Ahí se dió cuenta de que el secuestro de su padre lo había hecho la Dgcim y le reclamó a Granko Arteaga, pero esa actitud desafiante solo le valió más golpes.

“Pasé 60 días incomunicado y aislado, nunca supe si a mi papá lo soltaron o si estaba con vida. Cuando finalmente él me pudo visitar es que me entero de cómo fue todo. Mi papá me cuenta que Granko Arteaga fue el que lo entrevistó, lo llevaron a una casa clandestina de tortura y allí estuvo cuatro días, lo metían en un sarcófago, le daban solamente dos vasos de agua al día. Le decían ‘¿dónde está tu hijo? Si tu hijo no viene te vamos a matar’. Cuando lo liberaron le dijeron ‘te vamos a soltar porque tu hijo se entregó, si no, te íbamos a eliminar’”.

Ante el país, Carlos Marrón fue presentado como el dueño del sitio web dolarpro.com, página que marcaba el precio del dólar paralelo en ese entonces, y señalado de terrorista financiero. “Cuando Granko Arteaga me interroga me dice que yo fui dueño de esa página. “¿En la ley cambiaria dice que un exdueño de un dominio está cometiendo delito?”, le pregunté, y me dijo: “No, pero te jodiste, tengo que presentar a alguien en Miraflores”, relata Marrón Colmenares, haciendo referencia al palacio de gobierno.

Lo cierto es que Marrón había sido el dueño de ese dominio durante cuatro o cinco años pero nunca tuvo una página activa. En 2018, dos amigos lo llamaron para proponerle activar un sitio web; pero como a Marrón no le interesaba aparecer vinculado a ese portal, sobre todo porque todavía tenía familia en Venezuela, lo traspasó a una persona, a la que llama “María Angélica”, que no tenía a nadie en el país. La página dolarpro.com era la única que se mantenía activa, en tanto que los otros dos portales dedicados al mercado cambiario que existían hasta entonces habían sido controlados por el gobierno, explica el abogado.

Marrón dice no tener dudas de que fue un preso político de Tareck El Aissami, quien era vicepresidente en esa época y estaba al frente de una nueva política cambiaria que pretendía activar las casas de cambio en la frontera. Estuvo 21 meses detenido sin ser llevado a tribunales.

Su liberación pasó por la intermediación de la expresidenta de Chile, Michel Bachelet, para ese momento Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y la mesa de negociación de entonces. Recibió una medida cautelar y, cuando pudo, huyó de Venezuela. Toda su familia está con él en Estados Unidos

El riesgo es mayor para las familias de militares disidentes

Las detenciones arbitrarias, torturas, violencia sexual, desapariciones forzadas y hostigamientos suelen ser más crueles cuando se trata de familiares de militares que se han pronunciado en contra del régimen de Nicolás Maduro. Pero también cuando se trata de civiles que intentan involucrar en supuestas conspiraciones. La participación de la Dgcim, sobre todo, es clave.

Madre y padre del capitán Jefferson Díaz Mendoza

Mientras al capitán de navío Jefferson Díaz Mendoza lo torturaban en una celda en El Helicoide, le mostraban fotos y videos de su mamá y su papá, detenidos simultáneamente en la oficina del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) de Valencia. Querían que se declarara culpable, pero él no sabía de qué hablaban y lo amenazaban con hacerle daño a sus papás si no lo hacía. Ocurrió el 23 de octubre de 2019. “Eran las 11:30 pm de ese mismo día cuando unos encapuchados del Sebin llegaron hasta la puerta de la casa. Estaban buscando a los papás del capitán Jefferson”, recuerda su mamá, Mary Mendoza. “Revolvieron toda la casa y nos llevaron detenidos a mi esposo y a mí. Mi esposo era paciente renal y no tuvieron ningún tipo de cuidado con él. Nos llevaron para interrogarnos. Uno de ellos me dijo: ‘a esta hora deben estar matando a coñazos al hijo suyo’”. Los liberaron a la mañana siguiente. Díaz trabajaba en el comando de guardacostas de La Guaira, cuando fue detenido por el robo de unas tarjetas de memoria. De acuerdo con el Observatorio Nacional de Derechos Humanos, se le vincula con la Operación Jaque Mate.

Padre y hermana del teniente Franklin Caldera Martínez

Franklin Caldera, padre del primer teniente del Ejército Franklin Caldera Martínez, fue detenido y torturado por la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim) en Naguanagua, estado Carabobo. Ocurrió en febrero de 2019, días después de que su hijo apareciera en un video, el 23 de enero de 2019, junto al general Jesús Milano, en el que se pronunciaron en contra del gobierno de Nicolás Maduro. Caldera recuerda que un militar de alto rango criticó el pronunciamiento y pidió buscar a los familiares “de esos traidores a la patria”, tras eso empezaron a recibir llamadas y amenazas, por eso él y su esposa decidieron ocultarse durante varios días, por seguridad. Pero ella enfermó y se vieron obligados a ir a una farmacia. Mientras ella compraba los medicamentos, Caldera fue interceptado por dos camionetas Fortuner y lo detuvieron. “Me torturaron durante cinco días. Me colgaban, me ahogaban en tobos de agua, me daban golpes y descargas eléctricas. En la celda donde me tenían había otro muchacho detenido, pero encapuchado. Me dijo: “usted es el papá de Franklin Caldera, ¿verdad?”, y empezó a preguntarme cosas. Pero yo creo que era uno de ellos, infiltrado, para tratar de averiguar cosas de mi hijo”. Su hija, también militar, fue llevada a varios interrogatorios en la Dgcim y en una ocasión intentaron violarla. El hostigamiento y acoso hacia ella fue reiterado durante 2019.

Niño de tres años, hijo de Luis Colón

Cinco agentes del Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (Conas) se llevaron el 2 de agosto de 2018 al niño Ángelo Vásquez, de tres años de edad, de su hogar en los Valles del Tuy (estado Miranda), sacándolo a la fuerza de la bañera. Lo hicieron para forzar la entrega de su padre, Luis Colón, a quien buscaban por el robo de unas armas en las instalaciones militares de Fuerte Tiuna. El niño fue liberado 39 días después en un centro comercial cercano a Caracas, tras la presión en redes sociales luego de que su madre, Yudeyxy Vásquez, acudiera al Palacio de Miraflores y a la Asamblea Nacional, entre otros organismos, para pedir la liberación del menor de edad. “(Los militares) me dejaron un número de teléfono para comunicarme con ellos si sabía algo del papá, pero realmente yo no sé dónde está. Me dijeron que se llevaban a Ángelo hasta que aparecieran las armas o Luis. Me amenazaron con quemarme la casa, con matar a mi hijo si los denunciaba y con regresar a por mi hija de dos años”, denunció Vásquez en ese entonces.

Familia del capitán Franklin Leal Mendoza

Detenido el 20 de abril de 2020, el capitán Leal fue acusado de haber participado, supuestamente, en la Operación Gedeón. Pero era falso. El día que eso ocurrió él estaba de guardia en la cárcel militar de Ramo Verde, en Los Teques, a 50 minutos de Caracas. Hay registros que lo confirman. Estuvo desaparecido. Sus padres pudieron verlo dos meses después de la detención. Como hostigamiento, comenzaron a recibir llamadas de desconocidos que les decían: “su hijo se declaró culpable, si colaboran lo podemos poner libre antes”. “Buscaban que lo presionáramos, pero siempre le dijimos que no se declarara culpable. También pasaban vehículos extraños por la casa, nos vigilaban. Una vez nos llamaron para decirnos que sabían dónde trabajaba mi hija y a cuál preescolar iban mis nietos. Pero para ese momento, ya habíamos logrado sacarlos a todos del país, y sabíamos que lo hacían para intimidarnos”, relata su padre, Franklin Leal. Cada 20 días recibían una llamada.

Familia de John Gasparini Ferbans

La noche del 18 de marzo de 2020, John Jairo Gasparini Ferbans, quien trabajaba como mecánico, no llegó a su casa. Su familia pensó que estaba desaparecido, pero en realidad había sido detenido por funcionarios de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim). Esa misma noche, a las 11:45 p.m., llegaron al edificio donde vivía su familia, en El Hatillo, unas camionetas blancas con oficiales vestidos de negro. Primero eran tres y pedían abrir la puerta. “Pensábamos que era un robo masivo”, cuenta Sugled Gasparini, hermana de John. Como no abrían, los hombres intentaron forzar la puerta y empezaron a probar un manojo de llaves. “venimos de Protección a la Salud, de parte de John Gasparini”, dijeron. Sugled sabía que era mentira porque su cuñada le había advertido que John no había regresado a casa tras salir del trabajo. De tres, pasaron a ser unos 20 funcionarios intentando entrar a la casa. Ninguno estaba identificado. Un vecino logró llamar a la Policía de El Hatillo y llegaron minutos después de que todo el contingente se retirara. Al día siguiente comenzaron a buscar a John en hospitales, morgues y la Dgcim, donde negaron su presencia. El 28 de marzo John llamó, avisó que lo tenían detenido en la Dgcim. Pudieron verlo siete meses después, en octubre. Su hermana, Sugled, ha sido hostigada. Cuando empezó a denunciar públicamente las torturas de John lo amenazaron y dijeron: “dile a tu hermana que le baje dos”. Funcionarios de la Dgcim los han vigilado desde un carro estacionado frente al edificio donde vive ella con sus padres, y los han perseguido cuando salen a hacer alguna diligencia. A John lo vinculan con la “Operación Constitución”.

 

Madres, hijas, esposas

Entre las amenazas a familiares que han quedado documentadas y han sido elevadas al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, se encuentran frases como “tus hijas ya están bastante grandes para hacer sexo oral”, dichas como amenaza a un detenido para hacerlo incriminarse o incriminar a otras personas, y así evitar la violación de sus hijas o su esposa.

Este ejemplo, que se refiere a una persona detenida en las protestas de 2017, es citado por otro de los abogados entrevistados, quien también pidió la reserva de su identidad, para explicar que las amenazas de abuso sexual contra mujeres son recurrentes durante los interrogatorios y torturas son usadas cuando los funcionarios quieren obtener no solamente información sobre un hecho o sobre un tercero, sino también una declaración falsa. La violencia sexual es otro patrón investigado por la FFM de Naciones Unidas y más recientemente por la Corte Penal Internacional, que, en los anexos del informe publicado en abril de 2023, recibió relatos que clasificaron como “Violencia extrema, incluidos los crímenes sexuales y de género”.

Un caso que evidencia la persecución contra familiares mujeres es el de Reyes Hernández González. A finales de octubre de 2020, este productor agropecuario recibió libertad plena tras ser imputado por supuesta traición a la patria, terrorismo y asociación para delinquir, delitos por los que estuvo preso desde 2017 en el sótano 2 de la Dgcim, conocido como la Casa de los sueños.

Hernández González recuerda que salió de la sede de Boleíta a las 6:00 de la tarde, pasó por la casa de la urbanización Prados del Este, en Caracas, donde vivían sus hijas y también se encontraba su mamá, y siguió hasta Valencia, capital del estado Carabobo, a dos horas al oeste, para encontrarse con su actual esposa. Estando allá, lo llamó uno de sus hermanos para avisarle que la Dcgim se había llevado a Boleíta a su mamá, de 78 años, sus tres hijas (cinco, nueve y 14 años) y la nana encargada de cuidarlas.

Él era el objetivo pero como no estaba, las tomaron como rehenes. El productor asegura haber llamado a la Dgcim y hablado directamente con el general Carlos Terán Hurtado, a quien le dijo que lo fueran a buscar en Valencia. Éste le exigió regresar por sus propios medios. “Reyes, vente, que tengo a tus hijas y no las voy a soltar hasta que tú no llegues”, le dijo el general.

“¿Dónde está su hijo? Dígale que no dé más declaraciones”

Su esposa lo llevó a Caracas al día siguiente. Lo dejó en el centro comercial Los Ruíces, cerca de la Dgcim. “Ahí llamé al general Terán Hurtado y le dije que me iba a entregar, que me buscaran”, detalló Hernández González. Sus tres hijas, la mamá y la nana, estuvieron 13 horas en la Dgcim. Cuando él llegó las pudo ver. Pero rápidamente pasó junto con su abogado a una oficina donde lo esperaban el general Terán Hurtado —jefe de investigaciones en ese momento—, el coronel Néstor Blanco Hurtado y el teniente Abel Angola. Allí le dicen que tiene una orden de captura en Apure. “Lo máximo que puedo hacer por ti es soltarte a tu familia. Tú te quedas”, le dijo el general, según recuerda. Fueron 16 meses más de prisión en la Casa de los sueños.

Hernández González sostiene que su persecución se debe a las presiones a las que el gobierno lo sometía para que vendiera el Hato Chaparralito, su finca de 7.500 hectáreas en Apure, atractiva por su ubicación estratégica en la frontera con Colombia y por su pista aérea construida en 1958 y registrada en el Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (Inac). No la vendió, pero tras su detención en 2017 fue ocupada por funcionarios del Estado y ha sido saqueada, asegura.

En diciembre de 2021, recibió una nueva boleta de libertad plena por el tribunal de Apure que había ordenado su detención en 2020. En ese momento se encontraba bajo una medida de casa por cárcel que cumplía en San Fernando de Apure, la capital estatal. Al conocer la noticia, buscó la manera de salir del país, anticipando que la persecusión en su contra no cesaría.

Llegó hasta el estado Falcón, donde abordó una lancha hasta la península de La Guajira, que Venezuela comparte con Colombia, e ingresó al país vecino. Actualmente reside en Estados Unidos como testigo protegido, pero su huída intensificó la persecución contra su familia.

En marzo de 2023, funcionarios de la Policía Anticorrupción y Terrorismo, vestidos de negro y con armas largas, fueron hasta la finca de uno de sus hermanos, Carlos Eduardo Hernández, en El Socorro, estado Guárico. Como no lo encontraron allí, fueron a la casa de su mamá, donde sí consiguieron a otro de sus hermanos, Jorge Luis Hernández, y se lo llevaron detenido. Lo sometieron a un interrogatorio donde le preguntaban dónde estaba su hermano, Reyes Hernández. “Dile que se entregue”, decían. Después de ocho horas lo liberaron. A los tres días regresaron a la casa de su mamá, María Piedad Hernández, para tomarle una declaración. Se llevaron su teléfono, la intimidaron: “¿Dónde está su hijo? Dígale que no dé más declaraciones” a la prensa, le advirtieron. En las siguientes semanas siguieron llamando a su casa, a sus hermanos y a algunos amigos para enviarle un mensajea través de ellos: que se entregue; que se regrese; que no declare ante la Corte Penal Internacional.

Reyes Hernández es uno de los tantos venezolanos que ha dado su testimonio a la Misión Internacional de Determinación de Hechos de las Naciones Unidas

 

Derecho a no declarar

En todos los casos de Sippenhaft, el marco legal que debe resguardar a los venezolanos es borrado por completo. La seguidilla de violaciones de derechos comienza cuando los funcionarios de inteligencia del Estado detienen arbitrariamente al familiar de ese perseguido por motivos políticos, sigue con la desaparición forzada que -como agravante- suele darse en secreto, y continúa con la tortura. Todo bajo un paraguas de clandestinidad que aúpa la discrecionalidad de los funcionarios y el abuso psicológico de las víctimas. “Nadie sabe que estás aquí, podemos hacer cualquier cosa contigo”, suelen decir los funcionarios.

La abogada Martina Alcarra, miembro del equipo jurídico de la organización Defiende Venezuela e investigadora del Observatorio de Crímenes de Lesa Humanidad, recuerda que el derecho a la libertad personal es inviolable. Una detención sólo puede darse tras la presentación de una orden judicial o si la persona es hallada in fraganti.

Pero hay un derecho que las víctimas desconocen: un familiar (cónyugue, descendientes, ascendientes y demás parientes) no está obligado a declarar sobre el paradero de una persona que está siendo buscada. Esta exención ampara a médicos y abogados, y está incluida en la sección quinta, artículo 210, del Código Orgánico Procesal Penal vigente (del año 2021), reformado por la Asamblea Nacional oficialista.

Un tribunal de control también puede ordenar que una persona sea llevada por la fuerza pública hacia el Ministerio Público para que rinda declaración por un hecho que se esté investigando. Esto, sin embargo, no es considerado una detención sino una entrevista, pero, de nuevo, debe haber una orden judicial previa.

En el articulo 210 del Código Procesal Penal vigente (del 2021) se detalla la excención de declarar en caso de ser familiar de una persona investigada

“Sucede mucho que le dicen al familiar que va a ir a una simple entrevista y al llegar al lugar ve que está siendo detenida arbitrariamente. Es importante que la persona exija la orden, porque el funcionario no la va a mostrar por iniciativa propia. Igual. cuando se trata de un allanamiento, en lugar de darles entrada, [hay que] exigir la orden, de lo contrario no se considera inviolabilidad del hogar”, advierte Omar Piñango, abogado e investigador de Defiende Venezuela y coordinador del Observatorio de Crímenes de Lesa Humanidad.

El único caso que justifica la detención y testimonio de un familiar es cuando sea coautor de algún delito que por tanto activa investigación previa. En ese caso, se emite una orden judicial con esa solicitud, explican los abogados.

Ninguno de esos escenarios legales se presentó en los casos de Sippenhaft recopilados para esta investigación.

Luego de la publicación de los informes de la FFM de Naciones Unidas, los abogados han visto una disminución en esta práctica, tras el pico de casos que empezaron a documentar desde 2017, y continuó hasta 2020. Las investigaciones que mantienen Naciones Unidas desde 2019 (el mandato termina en 2024) y la Corte Penal Internacional (CPI) desde 2018, han provocado un cambio.

La CPI se enfoca en investigar crímenes de lesa humanidad (establecidos en el Estatuto de Roma), que son distintos a las violaciones de derechos humanos. Éstas conllevan a una responsabilidad estatal, mientras que la CPI establece la responsabilidad penal individual por los crímenes perpetrados. Aquí cobra relevancia la cadena de mando de organismos e instituciones.

Otra instancia, pero de alcance regional, es la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hasta ella fue enviado uno de los casos más representativos de Sippenhaft venezolano, el de la detención de Juan Pedro Lares Rangel, hijo del alcalde de Ejido, en el estado Mérida, Omar Lares, quien era miembro del partido opositor Voluntad Popular. Su historia completa puede ser leída en este cómic especialque acompaña a esta investigación.

La familia Lares Rangel vivió el castigo del Sippenhaft entre 2017 y 2018

En su caso, no hubo orden de aprehensión, ni situación de flagrancia que justificara su detención, pero estuvo en el Helicoide 10 meses, bajo torturas. “Como nunca fue presentado ante la justicia, en el registro venezolano no existe nada, ningún rastro, de que estuvo privado de libertad». Por eso, su liberación en junio de 2018 se produjo sin orden de excarcelación. “Es decir, el tiempo que estuvo allí fue completamente clandestino”, subraya Alcarra.

En octubre de 2017, la organización Defiende Venezuela introdujo una petición ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por él y su familia y, en julio de 2022, después de ser revisado y solicitar información a los representantes legales como al Estado venezolano, la Comisión pasó el caso a la Corte Interamericana de Derechos Humanos en San José de Costa Rica, por la violación de los derechos políticos del alcalde Omar Lares y por la desaparición forzada, privación ilegal de la libertad y tortura de su hijo.

La Corte Interamericana está en el proceso de determinar si el Estado venezolano ha incurrido en responsabilidad internacional por la violación de alguno de los derechos consagrados en la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura y en la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas.

Como sucedió con la Gestapo, es probable que no se conozca la totalidad de víctimas venezolanas de Sippenhaft porque no hay registro de este tipo de detenciones y castigos en los órganos de justicia y de inteligencia del país. Aunque eso deja abierta la pregunta de cuántos casos de Sippenhaft ha habido verdaderamente en Venezuela queda una primera certeza: al menos 25 familias fueron quebradas por el madurismo.

 

 

 

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